NO SE CONFUNDA, SEÑOR PRESIDENTE.
Martes 12 de octubre de 2021.- Continuamente enfrento la discusión sobre lo que los docentes hacen, no hacen o dejan de hacer. Como si el trabajo en las aulas, la enseñanza y el aprendizaje, se pudiera comparar con el ensamble, el realizado en la maquila, en la manufactura pura y vasta de productos, bienes, servicios, mercancías o capitales.
Tampoco soy apologista de lo impugnable, del trabajo controversial, detestable, abominable, ominoso y execrable de prácticas magisteriales anquilosadas en los grupos de poder, toleradas y condescendidas en cada sexenio.
Líderes sindicales que se hacen ricos, prácticas de corrupción en la asignación y venta de plazas, situaciones administrativas estrambóticas en cuanto a salarios de maestros que no ven la hora, con el Jesús en la boca, de cuánto tiempo debe tardar su pago, prestaciones que por ley le corresponde al trabajador de la educación y que nunca se han otorgados, a pesar de estar avaladas por la ley.
Basta mencionar sólo el caso de los profesores de Colegio de Bachilleres del Estado de Baja California: desde que se implementó la evaluación docente con la reforma educativa del sexenio anterior, los acreedores al incentivo K1 apenas han recibido una cantidad irrisoria, raquítica, quedando en el limbo los años posteriores a la evaluación hasta lo que va del presente año.
La retahíla de quejas —sobre el pago de incentivos referente al K1— a nivel nacional, inunda el ciberespacio.
Hasta esta fecha, autoridades de la SEP, el USICAMM incluido, legisladores, la Secretaría de Hacienda, los gobiernos estatales y las propias autoridades de COBACHBC, hacen caso omiso a la justa demanda de quienes deben ser beneficiados por ley y por derecho.
Maestros jubilados que esperan con ansias cada mes, mes con mes, el pago que nunca llega, que tarda o se pierde. Docentes que han tenido que trabajar en condiciones adversas en aulas improvisadas, sin recursos o servicios básicos, con los retos que suponen los nuevos paradigmas del aprendizaje y que enfrentan con denuedo y tesón, como Teseo cuando resistió al minotauro en su laberinto.
Ni siquiera es necesario mencionar el caso de profesores que ponen la cartera a disposición de las necesidades que implica su trabajo, desde un simple gis hasta un video proyector, accesorios, cables, software, servicio de telefonía, internet, gadgets; tiempo extra que nunca devengará porque así lo indican las leyes no escritas del apostolado en la educación, que ya incluye las horas de capacitación, cursos en línea, autoaprendizaje y múltiples actividades de formación y preparación en aras de enfrentar los retos que suponen las nuevas generaciones de educandos y el uso de las nuevas tecnologías y herramientas para la educación.
Por todo lo anterior, le pido Señor Presidente de la República, que no arremeta en contra de los docentes de las universidades más emblemáticas y representativas de la Nación. Soy testigo a diario de la jornada de trabajo desarrollado por los profesores del Instituto Politécnico Nacional.
A los profesores del IPN los escucho a diario, con el compromiso y retos que exigen la situación actual. Sesiones maratónicas, horas de labor que se traducen en la producción de nuevos conocimientos, de habilidades, de aprendizajes esperados, a pesar de los desafíos de la virtualidad y de la comunicación a distancia.
Y si los maestros, en general, han logrado sortear las dificultades cotidianas, a pesar de la anomia institucional que implica el eterno letargo de la SEP, ha sido gracias a la capacidad de adaptación y de la obcecación insertada en la vocación de cada docente.
Por esa obstinación es que logran sobrevivir a pesar de trabajar por un periodo prolongado sin recibir pago alguno, como si el docente se alimentara de aire, de buenas intenciones. Aun no comprendo cómo se puede laborar por meses, incluso años, sin un salario que te sostenga.
Quiero recordarle, señor Presidente, que en su campaña, y al inicio de su mandato, prometió aumentar los salarios de docentes, personal de salud y revalorar el trabajo de la policía con haberes dignos. Ya estamos a mitad de su sexenio y los aumentos han sido raquíticos e irrisorios.
Tiene razón, Señor Presidente, cuando afirma que los docentes de las escuelas públicas cobran un salario sin acudir a laborar presencialmente. Pero ello no supone, en sí mismo, que el trabajo en casa, avalada por la ley, no se ejecute. Espero que los titulares de la educación le informen bien. Que se trabaje a conciencia, no por ocurrencia.
Que los resultados que usted espera se vean reflejados en el instrumento de evaluación implementado por la SEP en septiembre pasado, que responda a las demandas educativas y a la inversión que la Nación emprende en la formación de sus hijos.
Y si los docentes deben volver al aula en los tiempos que usted estipula, también deben volver a su labor todos los empleados de las dependencias gubernamentales y sacar el trabajo que permanece rezagado en la Secretaría de Comunicaciones y Transporte o en la Secretaría de Relaciones Exteriores, por mencionar sólo a dos dependencias bajo su mando.
A lo mejor, Señor Presidente, el problema educativo no se encuentra en la tripulación, sino en quien dirige la ruta de la embarcación.
Quiero concluir esta entrega en el pandemónium desatado por la presencia del ex director de PEMEX en un restaurante de lujo. Con ello, los de abajo, damos por sentado lo que la sabiduría popular ha sostenido siempre: la justicia tiene su precio.